Aunque parezca un “vale todo”, en la política argentina hay unas pocas premisas que la mayoría sigue y hasta profesa. No están escritas en ningún lado pero casi siempre se cumplen. Eso de que la lealtad se abandona en la puerta del cementerio, es una fija. Lo mismo pasa cuando un árbol se derrumba por sus propias miserias, “merece convertirse en escarbadientes”.

Algo de todo eso está sufriendo Martín Insaurralde. Tras su caída en desgracia por las mentiras, la corrupción y, sobre todo, la ostentación de una fortuna mal habida dispensada en placeres lujuriosos, no hubo un solo amigo de la vida, y menos de la política, que haya salido a defenderlo. O al menos a intentar entenderlo, si es que hay algo para entender.

“En el desierto, sal”, solía repetir Néstor Kirchner cuando ordenaba castigar al enemigo. Todos ahora son enemigos de Insaurralde. Y verdugos. En política no parece importar demasiado qué se siembra, la pérdida de poder es implacable para la cosecha.

Varios jefes comunales del Conurbano entraron en pánico y, raudamente, se acordaron de la devoción por los dioses y las plegarias para que sus nombres no aparezcan en ninguna lista macabra que se pueda relacionar con las andanzas de Insaurralde.

“Salvando las diferencias con lo que hizo Insaurralde, la verdad es que casi ninguno de nosotros somos carmelitas descalzas”, se sincera ante Clarín uno los jefes peronistas del GBA más poderosos.

Si en algo suelen coincidir los intendentes peronistas, kirchneristas, y hasta también de la oposición, es que este tipo de menesteres en el que incurrió el todavía jefe de Lomas de Zamora sería algo más frecuente que extraordinario, tanto en el poder del GBA como entre algunos mandatarios provinciales.

El operativo despegue es urgente. Vaya si lo sabe Axel Kicillof, que teme que el escándalo de su ex jefe de ministros ponga en peligro la diferencia de votos que en la Gobernación estaban seguros tener para lograr la reelección. Ahora, en La Plata cunde la incertidumbre.

“Insaurralde nunca avisó que se iba a ningún lado. El Gobernador no lo sabía. Incluso respondía los mensajes que por Whatsapp como si estuviese trabajando en La Plata”, respondió Kicillof a través sus principales colaboradores.

Lo que no respondieron es si Kicillof tampoco se enteró de los otros cinco viajes al exterior que Insaurralde realizó en lo va del 2023 y que lo alejaron durante 38 días de sus tareas como Jefe de Gabinete bonaerense.

Quizás esa falta de comunicación entre Kicillof e Insaurralde sea la mejor descripción para lo que muchos -aseguran- sucedía en la Gobernación desde el mismo día en que el lomense asumió en su cargo, a pesar de la resistencia del gobernador a tener que desplazar a su amigo y confidente, Carli Bianco.

La relación entre el gobernador y su ex Jefe de Gabinete siempre fue de desconfianza. Era evidente y casi ni se preocupaban por disimularlo. Nunca se quisieron y se la pasaban revoleando pestes uno del otro.

En realidad, el problema de Kicillof no era precisamente Insaurralde. Tampoco Leonardo Nardini, el intendente de Malvinas Argentinas que le impusieron como ministro de Obras Públicas tras la derrota en las PASO de 2021.

Para Kicillof el verdadero responsable de los ataques que “más lastiman” es Máximo Kirchner. En la gobernación sienten que desde que asumieron, los dardos más envenenados contra la gestión bonaerense no vinieron desde la oposición sino desde la poderosa liga de intendentes peronistas que manejan Maximo e Insaurralde.

Incluso, varios del grupo más íntimo de Kicillof hasta admiten su satisfacción ante el descubrimiento de las tropelías de Insaurralde. Lo que sí se lamentan es que el escándalo haya tomado luz antes de las elecciones del domingo 22. 

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