Andrés Ruhemann nació en Buenos Aires y siempre supo que quería ser médico. Se graduó en 2016 y terminó su residencia en medicina interna en 2021. Su padre, inmigrante alemán, soñó con ser médico, pero no pudo estudiar, tenía que salir a trabajar. Depositó ese sueño en él y, muchas décadas más tarde, Andrés lo alcanzó e hizo el camino inverso al de su padre: emigró a Alemania para buscar mejores condiciones de trabajo y calidad de vida.

“Yo vivía haciendo tres guardias por semana para ganar mejor y, al día siguiente, tenía que seguir trabajando. Muchas veces, he llegado a estar 36 horas sin dormir. Era extenuante”, cuenta.

Habla alemán a la perfección, lo que le ahorró un paso importante para avanzar con sus trámites de revalidación de títulos que le permitirán, muy pronto, ejercer como profesional allá. “En la Argentina hay una romantización del rol del médico y ese ideal no existe, porque nosotros somos personas que necesitamos comer, dormir, pagar un alquiler o salir de vacaciones. Con nuestros salarios, es imposible pensar en ahorrar para comprarte una casa, si apenas te alcanza para alquilar”, dice.

La Argentina va expulsando a algunos de sus médicos más jóvenes, de manera silenciosa, cada año un poquito más. Luego de casi 12 años de estudios, muchos terminan su formación y residencia y no encuentran una proyección de crecimiento profesional y económica en el país. Salarios precarios, multiempleo, agotamiento y maltrato laboral son reclamos que vienen haciendo desde hace mucho tiempo, sin recibir una respuesta. Tampoco se vislumbra, aún, una reforma integral del sistema.

Mientras tanto, Europa los demanda con urgencia, porque están necesitando personal de salud, más aún después de la pandemia. Les ofrecen condiciones de trabajo estables, mejores sueldos, un marco legal que se respeta y una calidad de vida más acorde con sus esfuerzos, sueños y proyectos de vida.

Por las mismas razones que Ruhemann, pero en distintas condiciones, Santiago Castagna eligió también Alemania como lugar donde emigrar: su mujer y su familia política vivían allí. A diferencia de Andrés, él ya había tomado la decisión de irse cuando se graduara, no quería hacer la residencia en la Argentina viendo las condiciones en la que vivían sus compañeros. “Yo sabía que estaban necesitando médicos en Alemania y nos vinimos. Los hospitales están llenos de inmigrantes. En mi lugar de trabajo, el segundo idioma es el árabe”, cuenta este médico de 34 años, que trabaja en un servicio de traumatología, mientras homologa su título para acceder a formarse en una especialidad.

Llegó a Alemania a finales de 2019 y, al año siguiente, tuvo su primer hijo. La pandemia atrasó sus planes laborales, pero él aprovechó ese tiempo para estudiar alemán, condición fundamental para poder trabajar. “Cuando me recibí, en 2018, tenía 30 años y quería ser padre. No quería resignar esa decisión que era incompatible con las condiciones laborales y económicas tan precarias que tiene la residencia”, explica.

En octubre de 2022, Pablo Moreno, médico y presidente de la Sociedad Argentina de Pediatría, publicó una carta donde decía que había un 30% de vacantes en la residencia de esa especialidad. En un fragmento de la carta, se lee: “Se trata de una situación emergente, compleja y multicausal, donde la pauperización de la profesión, la necesidad del pluriempleo y los diferentes contextos de formación condicionan la decisión de los profesionales recién egresados, que resulta en detrimento de su formación y de la atención pediátrica en general”.

De todos los destinos, España es el más elegido por los médicos argentinos que emigran, no solo por la facilidad de la lengua en común, sino porque hay un convenio entre ambos países por el cual no hay que dar examen de revalidación de título y el trámite de homologación puede empezarse desde mucho antes de emigrar. No sucede lo mismo con el título de la especialidad estudiada durante la residencia, ya que lleva varios años y dinero revalidarlo, por lo cual, la mayoría de los médicos que emigran trabajan en guardias o en servicios generales durante los años que tardan conseguir esa certificación.

“La gran mayoría de los que trabajamos en la guardia somos latinoamericanos, muchísimos de ellos argentinos, porque las condiciones laborales que ofrece España son incomparables. Desde que me recibí, era monotributista, trabajaba muchas horas, no tenía descanso y apenas me alcanzaba para vivir.”, dice desde Barcelona Juliana (el nombre no es real porque prefirió resguardar su identidad).

Tiene 34 años, es rosarina y se graduó como médica clínica en 2019. Había viajado a Barcelona en 2017 por una rotación de estudios y recuerda que volvió “completamente obnubilada con la forma de vida laboral y personal de los profesionales de la salud de allá”. Ahí fue cuando proyectó irse.

Antes de la pandemia, empezó los trámites para homologar su título, pero pudo irse recién a principios de 2022. “Todos mis colegas de la clínica donde yo trabajaba están homologando el título para irse”, dice.

Como todos los médicos extranjeros recién llegados, trabaja haciendo guardias hasta que le reconozcan su especialidad: “Me pagan muy bien, tengo tiempo para vivir, mi profesión es parte de mi vida, no es mi vida. Aunque el desarraigo es muy duro y extraño a mi familia, no pienso volver. Estoy muy feliz con mi decisión”.

En 2021 se triplicó la cantidad de argentinos que ingresaron a España, en comparación con años anteriores, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadísticas de España. Esta cifra no incluye a aquellos que migran con pasaporte de la Comunidad Europea, por sus raíces familiares. En Argentina no hay números oficiales que distingan a los que salieron por turismo de los que se mudaron porque, recién a partir de 2020, la Dirección Nacional de Migraciones estableció un sistema de declaraciones juradas de ingresos y egresos en el que se debe indicar el motivo de salida. Este registro, que sólo abarca el período 2020-2021 arroja que 50.000 argentinos declararon irse por mudanza.

“En España hay mucha necesidad de médicos porque los de ellos se van a Alemania o Italia, donde les pagan mejor”, explica Eliana Diehl, dueña de la consultora de marketing ArgentApp. Se mudó con su familia a Barcelona en 2014, porque buscaba mayor estabilidad económica y vivir con más seguridad. Creó una agencia de marketing que, entre otras cosas, acompaña la inserción social y laboral de inmigrantes argentinos, asesorándolos. “Recibimos unas 300 a 400 consultas por semana, para saber cómo tienen que hacer para radicarse acá en España. Muchas de ellos son de médicos”, añade Diehl.

Federico Narvarte y Mariana Acosta se conocieron en 2017, haciendo la residencia. Ambos decidieron irse a vivir a España cuando terminaron. “Querer perfeccionarse en la Argentina es volverse más pobre. La vida personal termina sometiéndose a la vida profesional” , dice Mariana. Se radicaron en Valencia a finales de 2021. Federico llegó con el título homologado y empezó a trabajar como médico a los pocos días de establecerse en esa ciudad. “De mi grupo de amigos de la facultad, tres ya nos vinimos, otro llega este año y el resto lo está pensando.”, dice Federico. “Por las redes veo muchos compañeros de residencia que están acá. A metros de donde vivimos, hay un mendocino que hizo la residencia con nosotros. En mi trabajo, hay una cordobesa. Durante la última semana, la coordinadora entrevistó a dos rosarinos” agrega.

Mariana quedó muy enojada por el maltrato que vivió en la residencia. “Hacés el trabajo de los médicos que no quieren trabajar”, señala. Al empezar su carrera, planeaba recibirse e irse a ejercer al interior del país, pero sus planes cambiaron durante el período de formación.

La pandemia, con sus jornadas extenuantes, incertidumbre, maltrato social y falta de reconocimiento económico, fue un disparador que aceleró este éxodo de médicos argentinos, cuya ausencia se mide en las vacantes vacías en muchas residencias. “En la pandemia trabajamos muchísimo, dimos todo por la gente y nadie reconoció nada. Los aplausos no sirvieron, el pago fue paupérrimo y nos trataron de contentar con bonos de $5000, en cuotas”, dice Mariana.

Victoria Senes pertenece a una familia de médicos y, desde niña, le inculcaron que ejercer esa profesión es un privilegio y una responsabilidad. Cuando empezó la residencia, las condiciones y el trato que recibía la desbordaron. “Me sentía abandonada por un sistema que no tenía problema en exigirme que trabajara 32 horas seguidas, pero que no quería escucharme cuando explicaba que no llegaba a fin de mes”.

Su familia se escandalizaba por los paros y reclamos salariales en los que ella participaba. A principios de 2022, terminó su residencia y se fue a Madrid para hacer un master en Datos e Inteligencia Artificial. El caso de ella es especial, porque su hartazgo le hizo replantearse dejar la carrera y dedicarse a otra profesión.

“Decidí que, sinceramente, no me importaba de qué iba a trabajar, no me interesaba que mi trabajo fuese la pasión de mi vida, no me interesaba sentir gratitud por cada segundo de mi vida laboral. Lo único que yo quiero es poder vivir una vida mejor que la que me ofrecía la medicina”, explica.

Consultado acerca de estos testimonios, el decano de la Facultad de Ciencias Médicas, Luis Brusco afirma que no percibe este éxodo. “No tengo estos datos, no creo que los médicos jóvenes y recién graduados se estén yendo. No lo percibo así. Es verdad que hay vacantes en las residencias, pero eso responde a múltiples causas”, explica. Sin embargo, admite que el sistema de residencias debe ser replanteado. “Se está hablando y se ha tomado conciencia de ello, pero hay que vencer algunas resistencias de aquellos que piensan que todo tiempo pasado fue mejor”, añade.

Mariana Acosta cree que “es una cuestión generacional”. “Hay muchos -dice- que intentan normalizar y romantizar que el residente no tiene que dormir, ni comer, que no existe una vida fuera del hospital y que tiene que ganar dos pesos con cincuenta porque ‘todos lo hicimos y aprendimos así’, te dicen ellos”, confirmando lo que afirma Brusco.

Consultado por LA NACIÓN, el Ministerio de Salud no quiso opinar sobre el tema.

Todos los médicos entrevistados coinciden en no haber estudiado para irse del país, pero también en que la decisión fue la mejor que pudieron tomar porque, ya emigrados, ganaron en calidad de vida y en oportunidades de crecimiento profesional. “En mis 25 años como médico, nunca habíamos vivido una situación así. Cuando yo era residente, mi sueldo me alcanzaba para alquilar y comer. Hoy en día no alcanza”, explica Gonzalo Camargo, presidente de la Asociación Argentina de Emergentología. “Pero no es un tema sólo de médicos jóvenes. Nosotros también lo vivimos, con muchos años de experiencia y ejercicios de cargos directivos. Hace cinco años, llegué a tener siete trabajos a la vez.”, agrega.

Médicos, decanos de universidades y residentes de todo el país se unieron, por primera vez en la historia, en protestas históricas durante noviembre de 2022. Reclamaban un cambio integral del sistema. Exigían terminar con los contratos temporarios, mejorar las condiciones laborales y tener salarios dignos.

“En 2021 le notificamos al Ministerio de Salud de la Nación la urgencia que vivíamos con las vacantes en las residencias de Pediatría y este año volvió a repetirse esta tendencia. Según un modelo matemático de la Dirección Nacional de Talento Humano, en diez años no tendremos médicos pediatras”, dice Pablo Moreno, presidente de la SAP, quien como director adjunto de un hospital, todas las semanas está certificando documentación para médicos que quieren homologar su título en el exterior para irse. “No lo puedo cuantificar en números, pero antes no me pasaba. A largo plazo, se tienen que sentar todos los actores de este sistema para pensar cómo mejorar el ejercicio profesional”, añade.

La Nación

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