El consumo de carne a nivel nacional se encuentra en su punto más bajo de los últimos 100 años. El abrupto aumento en el precio de los diferentes cortes, en un contexto de caída del poder adquisitivo de los salarios, pone en jaque a un emblema de la argentinidad. ¿Cómo impacta en la vida cotidiana del país?

Si hubiera que resumir en cuatro de conceptos que definen el ser argentino, probablemente cualquier persona respondería: fútbol, mate, Maradona, Messi, la Selección y el asado. Sin embargo, hace unos años esta última tradición ingresó en una etapa bisagra para su supervivencia: la coyuntura económica que atraviesa el país llevó a que entre 2021 y 2022 el país registrara el récord de menor consumo de carne del último siglo.

Según un informe de la Bolsa de Comercio de la ciudad de Rosario, los argentinos consumen en promedio 47,8 kilos de carne por habitante por año, de los cuales la carne bovina representa apenas el 44%, cuando a principios de siglo explicaba entre el 60% y 70% del consumo. El documento destaca que hay que remontarse a 1920 para encontrar números tan bajos.

Más allá del crecimiento del vegetarianismo y del veganismo a nivel global, la marca histórica reviste una explicación estructural: la caída de los ingresos de la población por quinto año consecutivo impacta de lleno en el poder adquisitivo de las familias. Ante una inflación que roza el 100% interanual, el bolsillo de los argentinos se ve directamente afectado.

El origen de la crisis no es reciente ni responsabilidad exclusiva del actual Gobierno del Frente de Todos. Así como en los últimos tres años de mandato de Alberto Fernández el salario mínimo pasó a equivaler de 56 a 48 kilos de carne (una caída del 14%), bajo la presidencia de Mauricio Macri (2015-2019), este indicador sufrió un declive de 60 a 55 kilos (8%), tras la recesión que culminó con una caída del poder adquisitivo de los salarios superior al 17%.

En este marco, solo en enero el precio de la carne aumentó un 20%, como consecuencia de una corrección del atraso de su valor ante la inflación.

De frigorífico a la mesa

“Las ventas han caído fuertemente: muchas carnicerías no saben qué hacer para seguir con el negocio. Hoy a un jubilado que cobra la mínima no le alcanza para comprar carne”, dice a Sputnik Alberto Williams, presidente de la Asociación de Propietarios de Carnicerías de la Ciudad de Buenos Aires.

La contracara del deterioro de los ingresos es la mengua que sufren los comerciantes. Según el empresario, “las carnicerías están viéndose enormemente perjudicadas. Los gastos como el alquiler y el precio de la electricidad están aumentando y no hay ventas suficientes para cubrir esa suba”.

“Los carniceros están luchando para no perder su trabajo”, sostiene Williams.

La coyuntura es producto de un proceso que lleva décadas: “Cuando subió el precio de la soja, muchos productores de carne pasaron a este cultivo. Hoy se pagan esas consecuencias: ya no está la cantidad de producción para exportar lo necesario y, si priorizan la exportación, no va a haber oferta para el consumo interno”, explica el representante.

“El país no tiene suficiente producción para el consumo interno. Así los argentinos no van a poder comer asado todos los días”, advierte Williams.

El Gobierno respondió con medidas: el Ministerio de Economía dispuso un tope al aumento de siete cortes de carne “populares” para proteger el nivel de consumo. Sin embargo, el representante de las carnicerías denuncia que “por distintos problemas las piezas a precios cuidados no están llegando como siempre”.

La centralidad del tema se explica por su impacto en el grado de felicidad de la población. “Los cortes populares son un intento por mejorar el bienestar emocional, además del alimenticio. Impacta de lleno en el humor social: el razonamiento es ‘si todavía puedo comer asado quiere decir que tan mal no estamos'”, afirma ante Sputnik Mariano Carou, sociólogo y autor de Filosofía Gourmet: apuntes para una gastrosofía rioplatense.

¿Por qué el asado es tan importante para los argentinos?

“En Argentina los chicos nacen con un churrasco en la mamadera [biberón]”, afirma Williams.

“El asado es el producto típico de Argentina por excelencia. Tradicionalmente siempre se comió este plato al menos una vez por semana”, agrega el empresario.

La lectura del representante de las carnicerías es compartida por los analistas. Según Carou, la centralidad de esta comida obedece a su simpleza, que facilita la popularidad: “Es algo muy primario y poco sofisticado, y por eso impacta tanto. Es lo contrario al sushi, que al ser tan complejo, es difícil que se vuelva una tradición compartida”, apuntó.

El asado funciona también como representante de la argentinidad ante el exterior. “Es algo de lo que nos jactamos ante todo el mundo: durante el Mundial de fútbol de Catar hubo cientos de argentinos haciendo asados para los locales, que miraban fascinados”, remarca el sociólogo.

“Es algo de lo que podemos decir: nadie nos gana, y eso nos enorgullece. En Catar se plasmó directamente: los argentinos sacaban pecho haciendo asados y poniendo cumbia de fondo”, destaca Carou.

Puertas adentro, el fenómeno argentino supone todo un ritual de comunión. En palabras del investigador: “El momento de la comida es el de compartir. Y esto es algo indiscutido por la importancia en la socialización. Los argentinos disfrutamos mucho esta escena”.

“Si bien puede suceder también con la pasta familiar o con unas empanadas, nadie puede borrar el afán por compartir que caracteriza a los argentinos”, señala el sociólogo.

El asado, otra víctima de la “grieta” política argentina

El presidente Alberto Fernández asumió el poder en 2019 en un contexto de fuerte crisis económica que impactó de lleno en los sectores populares. Ante este escenario de fragilidad social, el eje central de su campaña consistió en “devolver el asado” a la mesa de los argentinos.

Según Carou, la consigna fue precisa en su intención: “El lema funciona porque es un indicador emocional. La campaña del Frente de Todos ponía la esperanza en el asado que iba a llegar, y eso refleja lo arraigada que está esta tradición”.

Pese a la noble intención, la promesa no terminó de concretarse. “Por la crisis, hoy juntarse a comer un asado impacta porque es un lujo compartido, y por eso es tan celebrado”, remarca el analista.

Ante un panorama tan adverso, Williams reivindica el rol de la política en la mejora de la calidad de vida de la población. Según el empresario, el principal desafío que tiene el Gobierno es negociar con toda la cadena de valor para fijar un precio accesible del producto: “Si bien todos los productores quieren exportar, los gobernantes tienen que prestar atención al pueblo que necesita comer carne”, exige el empresario.

Todos los países necesitan que su mercado interno crezca”, remarca Williams.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *