El 26 de octubre de 2020, en su primera “carta-bomba” y expresión pública de descontento, Cristina Fernández de Kirchher habló de los “funcionarios que no funcionan”. Pasaron 640 días desde aquel misil de la verdadera jefa del gobierno y dueña de los votos del Frente de Todos. Es el tiempo que necesitó Alberto Fernández para entender que su presidencia, como tal, está liquidada. Una vez que el aún presidente de la Cámara de Diputados de la Nación Sergio Massa asuma el “superministerio” de Economía, Producción, y Agricultura, comenzará otra etapa. La del gobierno de Cristina y Massa, que estuvieron reunidos a solas ayer, pactando un probable armisticio y un nuevo gobierno. No son pocos los desafíos que esperan al inminente súper ministro y a la vicepresidenta. Dólar blue con precio de pánico (ayer empezó a bajar la fiebre y cerró a 314 pesos), vencimientos de deuda en pesos angustiantes en septiembre, cumplir las metas con el FMI. Y especialmente, una inflación galopante que este mes tendrá un piso del 8 %. A ello se suma la filtración permanente de dólares a causa de las importaciones de energía (USD 2.000 millones en junio), que no se pueden contener por más que casi a diario agregan un refuerzo a los muchos cepos existentes. El último fue ayer mismo, con un 25 % más de tasas a quienes gasten en dólares más de USD 200 cada mes con tarjetas. Esas tasa se irían por encima del 83%

Hay que ser justos con el presidente. El gobierno de Alberto Fernández viene soportando una andanada tras otra del kirchnerismo, con desplantes, críticas, y gestos increíbles. Le dijeron “okupa” y “mequetrefe”. Máximo Kirchner renunció a la presidencia de la bancada oficialista para no aprobar el acuerdo con el FMI. El ministro Wado De Pedro encabezó una “asonada” de ministros cristinistas que renunciaron en masa y luego retrocedieron. Al ex ministro Martín Guzmán y su ex colega Matías Kulfas, los zamarrearon en público. Incluso Cristina lo hizo, que se la pasó volteando ministros y funcionarios cuando el gobierno aún no tenía un año. La vicepresidenta llegó al límite de aludir a las comunicaciones privadísimas del presidente, que eran objeto de morbo en sitios relacionados a ex espías. Hay razones de fondo, además. El kirchnerismo duro no cree en el ajuste (necesario) y tiene prejuicios ideológicos contra los empresarios, el campo, la propiedad privada, la iniciativa emprendedora. Creen en los planes, y en domesticar a los jueces y a los medios. En esto último, no han podido con todos. 

Por sobre los problemas de enfoque es cierto que el gobierno de Alberto mostró lo peor de la política, especialmente en la pandemia. Nos encerraron a todos, nos enfermamos igual, y de todos modos murieron más de 129.000 argentinos. Nos obligaban a inocularnos con la vacuna militante Sputnik, del amigo guerrero Vladimir Putin, defenestrando a otras vacunas. Nos llenaron de “relato” cuando vacunaban a sus amigos por la puerta de atrás, y nos daban lecciones de moralina a la vez que hacían la Fiesta de Olivos. Alberto Fernández dilapidó el 80 % de imagen positiva que llegó a tener, y de eso no se puede culpar a Cristina.

El presidente anoche, al dejar la Casa Rosada.

La inflación empezó a dispararse. Mauricio Macri había dejado en su último año, 2019, una inflación del 53,55 %. En 2020, el primer año de la pandemia, el gobierno de Alberto Fernández la bajó al 42,02 %. En 2021 trepó a 50,9 %, y en lo que va del año, a junio ya lleva 36,2 % con un IPC interanual del 64 %. Acumulada en total desde que gobierna el Frente de Todos la inflación fue del 190,2 %. Las consultoras que hacen el relevamiento para el Banco Central, calcularon en junio que este año la inflación será del 76 %. Resta el índice de este mes, con un piso del 8 % desde la renuncia de Martín Guzmán. El temor a una espiral inflacionaria se palpa en la calle. Lo mismo que el miedo por los depósitos, aunque no hay ninguna señal que permita avizorar una crisis como la de 2001, o corridas y retiros masivos. 

El dólar “blue” costaba 69 pesos cuando asumió Alberto. Pasó los 350 pesos la semana pasada y ahora bajó a 314 pesos. Cuando asumió Batakis, el 4 de julio, el precio paralelo era de 260 pesos para la venta.

La llegada de Sergio Massa al corazón del poder termina por reconocer que el problema es político, y luego, económico. Durante meses y como producto de las peleas internas en el oficialismo, el gobierno nacional fue un catálogo de incoherencias, descoordinaciones, falta de visión estratégica y política, errores groseros, y “relato”. La foto con Putin mientras esperábamos favores financieros de EEUU, es uno de los ejemplos. Qué decir de Silvina Batakis negociando con el FMI y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, mientras aquí el presidente estaba estudiando su remoción. Estuvo 24 días en el ministerio y la premiaron ahora con la presidencia del Banco Nación.

Increíble error político, días antes de la invasión rusa a Ucrania.

Hay que ver ahora si Massa logra transmitir autoridad, y conseguir algunos objetivos fundamentales como bajar la emisión monetaria, el déficit público, la inflación, y luego, empujar las exportaciones. Sobre todo las del campo, un sector absolutamente enfrentado con el cristinismo-kirchnerismo.

El otro frente que deberá afrontar Sergio Massa es el social. El piquetero del papa Francisco y de Cristina, Juan Grabois -que hace apenas días pronosticó saqueos y sangre en la República- ya le reclamó por el Salario Universal de 20.000 pesos que pide la Unión Piquetera.

Con la llegada de Massa, buscan frenar la crisis.

El gobierno pero especialmente Cristina y Sergio Massa -el presidente resistía darle un superministerio al titular de la Cámara de Diputados- buscaron así frenar la crisis y darle volumen político a una gestión que estaba al borde de la parálisis. Y contagiar una sensación positiva a los mercados, que parecieran haber empezado ayer mismo a distender el escenario, ni bien comenzaron a confirmarse los rumores de cambios.

Cristina se reservó áreas clave. El nuevo titular de la AFIP Carlos Castagneto trabajó en el ministerio de Desarrollo Social ya en los tiempos de Alicia Kirchner, fue presidente de Kolina, y es un incondicional de la vicepresidenta. No es un técnico aunque es contador, y será uno de los guardianes de Cristina en el “nuevo” gobierno.

Carlos Castagneto.

Alberto quedó famélico de “albertistas” y de funcionarios que no gozaban del apoyo explícito de Cristina. Aunque en estos meses también renunciaron algunos afines a la vicepresidenta. Se fueron Gustavo Béliz, Silvina Batakis, Daniel Scioli, Julián Domínguez, Martín Guzmán, Matías Kulfas, Ginés González García, Agustín Rossi, Daniel Arroyo, María Eugenia Bielsa, Marcela Losardo, Nicolás Trotta, Roberto Salvarezza, Felipe Solá, Luis Basterra y Sabina Frederic. Se suma Sergio Massa como “súper ministro” y se quedan (por ahora) Alberto Fernández, Santiago Cafiero, Wado De Pedro, Elizabeth Gómez Alcorta, Clkaudio Moroni, Gabriel Katopodis, Juan Cabandié, Matías Lammens, Vilma Ibarra, Carla Vizzotti, Tristán Bauer, Alexis Guerrera y Juan Zabaleta. Mercedes Marcó del Pont deja la AFIP, y ocupará el lugar de Béliz, Batakis va al Nación, y a Scioli lo envían de nuevo como embajador en Brasil.

Los cambios en el gobierno significan la capitulación total. La rendición de Alberto Fernández. No es difícil imaginar para el presidente un rol simbólico, testimonial, e incluso con una profusa agenda en el extranjero. Es, además, la inauguración del Plan “Aguantar” hasta diciembre de 2023, pero con una agenda económica y social que es un fierro caliente.

Ahora, el verdadero gabinete, el que importa, serán las personas que designará Massa en todos los organismos clave de Economía, Producción, Agricultura, y en la relación con los organismos de crédito. Luego, habrá que ver si el nuevo superministro es capaz de inyectar serenidad, confianza, bajar la inflación (el FMI lo reclamó hace apenas días) y a la vez cumplir con las metas pautadas con el Fondo.

Para Mendoza, los cambios significan “resetear” una lista de temas importantes: bajar o eliminar las retenciones para el vino, las trabas a las importaciones de insumos de numerosas industrias mendocinas, y el laudo por Portezuelo del Viento, entre las principales. Todas esas conversaciones estaban en marcha.

Entretanto, en la economía real, la de la calle, aquí el clima ayer era pesado. Muchos clientes de supermercados y mayoristas mendocinos reportaron haber visto repositores guardando mercadería y retirándola de las góndolas. Sólo quedaron a la vista marcas propias y escasos productos. Un signo de reticencia y desconfianza, ante un futuro absolutamente imprevisible.

Mendoza Post

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