Sonia Sánchez es la protagonista de “Nuestra venganza es ser felices”, un filme documental que desnuda el dolor y el maltrato de una víctima de trata. Activista y abolicionista, dice que la suya “es la historia de 35 mil mujeres desaparecidas para ser prostitutas”.

“Si no es abolicionista, el feminismo es cartón pintado”, sentencia -contundente- Sonia Sánchez. Es uno más de los muchos reclamos que tiene tras haber sido durante años víctima de prostitución y de trata. No esconde su dolor ni su enojo. Al contrario. “La rabia me impulsa a seguir luchando. Me da rabia escuchar a los políticos que nos siguen mintiendo: que no hay hambre, que no hay desocupación, que no hay putas, que no hay trata, que no hay desaparecidas en democracia para ser prostituidas eso me da una rabia que alimenta mi lucha, mi abolicionismo y me da energía para seguir”, explicita.

Sus raíces chaqueñas quedan al descubierto en su tonada. Nació y creció en Villa Ángela, una pequeña localidad al sudoeste de Chaco. Lamenta haberse ido de ese lugar en donde todos la conocían. “Si hoy pudiera decirle algo a esa joven de 17 años que vino a Buenos Aires, le suplicaría que no se suba a ese micro de larga distancia. Le advertiría que no todos los que migran la pasan bien”, comenta. 

En su relato hay dolor. La herida no cerró, pero hoy ya no se siente sola. “Puedo levantar el teléfono y hay otras hermanas del otro lado, hay compañeras que estuvieron y están”, dice agradecida a quienes la acompañaron en este proceso de compartir -y sanar- su historia. Entre ellas, nombra especialmente a Manuela Villarino, la directora de “Nuestra venganza es ser felices”, el filme que se estrenó este jueves y en el que cuenta su historia.

CARTEL DE LA PELÍCULA

En el documental, Sonia relata cómo cayó en una red de trata. Habla de la joven que llegó a Buenos Aires cargada de esperanza y cuenta cómo se deslumbró al ver las luces y el tráfico porteño. Habla de su trabajo como empleada doméstica y cuenta cómo renunció sin siquiera imaginar lo que vendría. Habla de la soledad extrema en una ciudad llena de gente y cuenta cómo su cuerpo se volvió un objeto, o peor que eso, una mercancía. Habla de “torturadores prostituyentes” para referirse a los hombres que abusaron de ella y que pagaron por su cuerpo. “Esta historia de miles de mujeres que fuimos prostituidas y terminamos en la trata”, afirma y acota: “Hoy tiene el nombre de Sonia Sánchez”. 

Muchos años después de haber recuperado su libertad, Sonia confiesa que levanta la voz por ella y por muchas otras. “No es mi historia, es la historia de miles de mujeres prostituidas, es la historia de las 35.000 desaparecidas para ser prostituida en Argentina a las que nadie nombra y menor aun este gobierno… Ni el anterior, ni el anterior”, dice con un dolor que todavía le duele y hace que sus palabras salgan como a borbotones.

Sonia se indigna por la inacción del Gobierno y se atreve, como pocas, a hablar de cómo los políticos dan al cuerpo de la mujer el valor de una mercancía. “Critico a este Gobierno que promueve la explotación sexual y la prostitución como trabajo, que está promoviendo también el alquiler de vientres que es también explotación reproductiva para nosotras, mujeres empobrecidas”, advierte y agrega: “Entramos en la prostitución por falta de trabajo, de familia, de educación”.

Y también señala a los medios de comunicación como responsables de convertir en objeto el cuerpo de las mujeres: “Nos bajan el falso discurso de la libre elección”. Es muy crítica también con las plataformas que ofrecen contenido para adultos y que se jactan de tener a las celebrities del momento. “Hablan de vender contenido erótico y esto es pornografía”, afirma y sigue: “Hay vedettes y actrices que están en la televisión diciendo: ‘Tengo DivasPlay’, ‘Tengo OnlyFans’. Pero las empobrecidas, las ‘nadie’ como yo, nuestras hijas, nietas y bisnietas -que son hijas de empobrecidas- sólo llegan al Cafecito”. 

Recorre las calles y por eso sabe que “hay chicas de 13 años que tienen Cafecito. Voy a las escuelas y hablo con las niñas y me cuentan que hoy tienen ‘Daddy Sugar’, el papá dulce que no es papá ni es dulce sino un viejo putero”, exclama indignada y preocupada por cómo se abren nuevos caminos para que la chicas más jóvenes caigan en redes de prostitución y trata. 

Levantar la voz: la venganza de una víctima de trata  

“No fue fácil hacer la película”, revela Sonia. Está convencida de que sólo fue posible por el impulso de Malena Villarino. “Pasaron años. No le fue fácil. Y ella padeció mucho por ser una directora mujer”, asegura y explica por que lo dice porque es necesario alzar la voz y que se sepa por qué atraviesan las mujeres. “Nos viven, nos prostituyen, nos venden, nos cagan a palos, nos hacen putas, nos matan… Pero estamos vivas y queremos trabajar”. 

“Tenemos que empezar a hablar porque cuando nos callan, eso también es explotación. La película pasó por un sinfín de violaciones. Hay que nombrar a las mujeres y reconocer su trabajo. Porque nos cierran las puertas. Eso es ser mujer en argentina, estar todo el tiempo desobedeciendo”, reflexiona Sonia y habla de su propia venganza: “El primer acto desobediente cuando dejé de ser prostituta fue empezar a quererme. Desde ese momento no permito que nadie me maltrate, me grite o me de órdenes y, menos aun, que me digan que tengo que decir”, afirma. 

PLAZA MISERERE FUE UNA DE LAS LOCACIONES PARA GRABAR EL DOCUMENTAL CON LA HISTORIA DE SONIA

Un día, recuerda, consiguió liberarse y volvió al hotel donde alquilaba. “Y mi cuerpo no aguantó más”, dice. Recuerda que estuvo toda una noche en un shock emocional muy profundo. “Ahí dije: ¡Basta! y esa expresión fue tan profunda que al fía siguientre empecé a buscar trabajo”. Cuenta que, entonces, se cortó el pelo porque todos los hombres querían mujeres que el pelo largo. Y esa era una forma de acabar con el círculo de la prostitución.

Así empezó su proceso de reconstrucción. “Empecé a sentirme un sujeto con derecho a tener derechos”, dice en un juego de palabras y agrega: “Tal vez mi mayor acto de desobediencia es tener voz propia. Y así llegué hasta hoy y todavía me estoy construyendo: yo quiero ser feliz, ser libre y aun hoy no puedo serlo plenamente. Cuando me hablan o me invitan a dar charlas, les digo a las mujeres que tienen que patearle la puerta al Estado, tienen que saber cómo exigir sus derechos”. 

Entonces, recuerda, no había organizaciones feministas ni instituciones a las que pudiera acercarse a pedir ayuda. Hoy, aunque hay muchos grupos feministas sólo se siente parte de aquellos que son abolicionistas. “El feminismo sin abolicionismo es cartón pintado”, exclama con la certeza de que nadie vende su cuerpo por libre elección y que la prostitución no es un trabajo sino una imposición. 

Qué piensa la sociedad argentina

Recientemente, un estudio sobre las creencias de los argentinos realizado por la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, reveló que 1 de cada 3 argentinos está de acuerdo en que el Estado regule el trabajo sexual en el país.

INFORME PULSAR

Los autores del estudio señalan que no hay acuerdo con respecto a este tema en el que una porción de la sociedad entiende que la prostitución es un trabajo y que, como tal, podría ser regulado. Del otro lado, quienes son abolicionistas, entienden que nadie llega libremente a vender su cuerpo sino por obligación y en un contexto de completa vulnerabilidad. 

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